la invasión de lo azul

Por Ettore Forti Alepuz

… y cuando estaba a punto de ser devorado por el ahogado, McLovin me salvó de sus fauces. 

Hoy es el día 1872 desde el suceso, no hay nada que destacar. 

Apartado de exploración: Nada nuevo, solo ahogados, y ningún rastro de supervivientes. Cada día me encuentro más desanimado desde que esa dichosa ola destruyó el mundo y los ahogados nos invadieron. 

Información sobre los ahogados: 

  • Altura: 2,80 (aprox)
  • Peso: 350kg (aprox) 
  • Velocidad: 20km/h (máx.) 
  • Horarios: 24/7 (no duermen) 

Nueva información. Procedencia: no se sabe, aparecieron después de la ola, estaban por todas partes. Las altas temperaturas les debilitan y afectan, punto débil: fuego y electricidad. 

– Por fin acabo el dichoso Informe semanal –  dije yo. 

– Ya ves, y las dos siguientes semanas me toca a mí –  dijo McLovin. 

– Bueno, al menos estas semanas tienen más luz, cosa que no les gusta. Así que no habrá mucha actividad de su parte.  

– Ya, a ver si esta semana tenemos algún rastro de supervivientes –  dijo él. 

A la mañana siguiente, haciendo la ronda de exploración, un ahogado que debía haber estado escondido acechando mi llegada para abalanzarse sobre mí, enfocó sobre mi rostro sus enormes colmillos. Y cuando estaba a punto de ser devorado por el ahogado, McLovin me salvó de sus fauces, así como de una terrible muerte. 

–  Gracias a Dios que estabas cerca –  dije, mientras recobraba el aliento. 

– De nada –  dijo él –,  pero me debes una. 

El resto del día transcurrió con normalidad; ni una sola pizca de actividad enemiga, algo que no era normal; sospechábamos algo como si una catástrofe se cerniese sobre nosotros. Esa noche no pude dormir, pues mi cerebro no dejaba de decirme que algo malo iba a suceder; por primera vez, en mucho tiempo, mi cerebro tenía razón. 

– Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! – 

–  ¿Qué es eso? –  dice McLovin 

– No lo sé –  me apresuro a decir yo –.  Creo que son pasos… muchos pasos.  

En ese momento, mientras esos ruidos van disminuyendo, me acerco a la ventana. 

– Son ahogados, miles de ahogados, están huyendo de algo – me apresuro a decir. 

Mientras McLovin se levanta, se percata de un leve tintineo en la botella de agua sobre la mesa. 

– El agua está vibrando –  dice McLovin mientras se levanta de la cama aún con su camiseta de tirantes que deja a la vista su físico atrofiado de gimnasio. 

McLovin es un chico alto, guapo, inteligente y con un físico muy definido. 

– ¡Se acerca algo! ¡Algo grande! – digo yo mientras voy corriendo hacia mis pertenencias –. Debemos irnos.  

– Vale, iré a recoger y empaquetar mis cosas –  dice mientras se cubre con una prenda parecida a una gabardina. 

– Madre mía, macho, pareces un detective –  digo yo con una corta risa. 

– Bueno, ahora no es el momento de hacer bromas, debemos marchar – aclara McLovin con un tono un tanto ofuscado. 

– ¿Está ya listo el coche? –  le pregunto mientras nos dirigimos hacia él –. Eso creo, el tanque debe de estar casi lleno.

– Entonces, marchémonos ya. 

Pero cuando estamos a punto de subirnos a él, un gran seísmo nos azota, tirándonos con fuerza contra el suelo. Y, en ese momento, cuando las fachadas de los edificios empezaban a derrumbarse como castillos de arena siendo deshechos por una ola, lo vi. En ese mismo instante, me paralicé, no podía mover ningún músculo y me desplomé a los pies de esa enorme montaña azul que se cernía sobre mí como una sequoia centenaria. 

–  ¿¡Qué es eso?! –  dijo McLovin con un hilo de voz. 

En ese momento recuperé el aliento. 

–  ¡Es un tsunami, pero… es… es… 

– Es el triple de alto que el anterior – dije mientras la contemplaba como si se tratase de un dios. 

Habcía ya 1874 días desde que un tsunami tras un seísmo en el Océano Pacífico destrozó la Tierra, arrasando con él todas las ciudades, desde NY hasta Pekín. Aquella vez todo quedó devastado, y si éramos los únicos supervivientes, fue gracias a que estábamos en un búnker. Pero esta vez pudimos ver la ola, de cerca, y pudimos ver miles de unos animales parecidos a sanguijuelas en su interior. 

No había ningún ahogado por las calles, estos habían salido corriendo, le tenían miedo. 

– Debemos irnos al búnker rápido – dijo McLovin.

–  Ah… te debo contar una cosa. 

– ¡¡Corramos!! 

Ya en el búnker… 

– Ettore, esta es mi teoría: cuando salimos del búnker, después de la primera ola, no había cuerpos humanos, solo muchos ahogados muertos. Creo que esos bichos son parásitos que se meten en los humanos y los trasforman en ahogados, y los ahogados muertos deberían haberse transformado, pero se ve que los humanos aún se pueden resistir. Ayer maté a uno, pero antes de morir, me dijo: “no confíes en nadie”. Me pareció que era una alucinación, pero esto confirma que no. 

La tensión en el aire se cortaba con un cuchillo mientras McLovin revelaba su inquietante teoría en el búnker. 

– ¿Parásitos transformadores? – exclamé incrédulo, pero al recordar las extrañas transformaciones de los ahogados, todo comenzó a tener sentido. 

– Tenemos que estar preparados y ser cautelosos. La advertencia que recibiste no puede ignorarse.  

Mientras ajustábamos nuestras mochilas con suministros esenciales, el ruido del exterior se intensificó. Parecía que la situación empeoraba rápidamente. 

– McLovin – pregunté mientras me apresuraba a recoger algunas herramientas –, ¿crees que esta nueva ola está relacionada con esos parásitos?

– Puede ser, Ettore. Debemos asumir que todo está conectado. No podemos subestimar a estos ahogados ni al fenómeno que los crea.  

Salimos del búnker con precaución, enfrentándonos al caos que se desarrollaba en la superficie. La ciudad había sido convertida en una tierra devastada que se extendía más de lo que nuestros ojos podían alcanzar a ver, pero nuestra determinación era firme. Nos dirigimos hacia la salida del perímetro de seguridad, conscientes de que cada segundo contaba. 

Nuestras mentes trabajaban a toda velocidad. ¿Cómo podríamos detener esta invasión? ¿Cómo podríamos enfrentarnos a un enemigo tan poderoso como los parásitos? 

McLovin rompió el silencio, interrumpiendo mis pensamientos. 

– Ettore, hay algo más que debes saber. Antes de que todo esto comenzara, investigaba un proyecto secreto del gobierno. Descubrí información sobre un experimento que salió mal, algo relacionado con la manipulación genética. Los ahogados y los parásitos podrían ser consecuencias de esa experimentación. La gravedad de sus palabras me golpeó como una ola. 

– Entonces… estamos en medio de un desastre creado por nosotros mismos. Debemos encontrar una manera de revertir esto, de restaurar la normalidad. 

La puerta del búnker se cerró detrás de nosotros, sumiéndonos en la oscuridad. Con nuestras mentes llenas de incertidumbre y determinación, nos preparamos para enfrentarnos a lo desconocido y descubrir la verdad detrás de la invasión de lo azul. 

– Antes de salir, yo también debo contarte algo, McLovin. No estamos juntos de casualidad, y no me llamo Ettore, sino Dr. Alario. 

– Ese nombre… –  dijo McLovin –.  ¡Tú eres el jefe de la operación! No te presentaste en ninguna operación para que no te reconociese.

– Para que no me reconocieseis, no tú en específico. Sobreviviste de pura casualidad. ¡Yo liberé a mi experimento! 

– ¿Por… por qué?

– Para devolver el daño que me hizo el mundo –  dije mientras un parasito me salía de la oreja.

– Pero… ¿por qué no me mataste durante todo este tiempo? 

Pero Ettore ya no podía contestar. De hecho, no sabía qué hacía allí ni quien era él ni su acompañante, pues la sanguijuela le había borrado ya todos los recuerdos. 

FIN (de la parte 1)