EN EL FUTURO LA SOLUCIÓN

Por Lucía González Palau

Hace unos días me desperté con el presentimiento de que ocurría algo. Salí inmediatamente al salón donde se encontraba el sofá cama de mi madre. Entonces recordé que ya no vivía conmigo. Hace unos días que se constipó y estaba en una residencia. Yo necesitaba su presencia y, aunque la visitaba casi todos los días, no era suficiente.

Empecé a rebuscar entre sus cosas para coger su peluche y estrujarlo, igual que hacía ella cuando estaba nerviosa. Entonces encontré una libreta que por su portada parecía un diario. La abrí:

4/10/2021: «Se fue acercando poco a poco, en ese momento estaba a unos 4 metros. Cuando estaba lo suficiente cerca, en lo primero que me fijé fue en sus ojos verdes y en sus pestañas tan marcadas. Entonces supe que era mi hija. En pocos minutos entró por la puerta y me trajo un vaso de agua. 

Llevaba una camiseta blanca que le llegaba hasta la cintura y unos vaqueros negros oscuros como su cabello. En los pies llevaba las mismas zapatillas de siempre, unas viejas y estropeadas que en su día fueron blancas. Estoy orgullosa de ver en lo que se ha convertido y en lo buena persona que seguirá siendo, pero no sé si podré disfrutarla mucho más tiempo. Además, cada vez recuerdo menos, pero ella no lo sabe. Yo sé que le pasa algo, pero a mí siempre me saca esa sonrisa tan bonita que hacen que se le sonrojen los mofletes y se le iluminen los ojos. Marta nunca ha sido muy sociable, porque siempre le he dado clases en casa; este es el primer año que va a la escuela, a sexto de primaria. Me ha contado que ha hecho una amiga, pero no recuerdo mucho más.» 

En el momento en el que terminé de leer la primera página una lágrima recorrió mi mejilla y terminó cayendo sobre el folio. Lo escribió hace dos años. Cada noche leo una página del diario de mi madre, pero esta noche he terminado de leer lo que escribió. He decidido que, ya que ella no puede seguir escribiéndolo, lo haré yo.

14/10/2023: Hace ya quince días desde que mi madre no vive conmigo, no sé cómo con todos los médicos y científicos que hay no pueden descubrir la cura. Hoy por la mañana he ido a verla, pero he hablado lo justo, porque cuando me he asomado a la puerta de su nueva habitación estaba sentada en una mecedora marrón que en los laterales tenía flores pintadas. Al lado suyo había un señor vestido de azul claro con una chapa que ponía “Emilio”. Le estaba dando un vaso de agua. Está en ese sitio para que la cuiden, pero lo único que hace es empeorar. En cuanto mi madre dejó de beber agua alzó la mirada, levantó el brazo y me señaló. Comenzó a gritar, no sé por qué, no entendía lo que decía, no vocalizaba, solamente chillaba.

No entiendo por qué me gritaba, soy su hija.  Lo único que deseaba cuando empezó a estar mal era que no se olvidara de mí, pero a lo mejor es por eso por lo que gritaba. Yo solo quería alegrarle el día. Emilio no dejó que me gritara mucho más, salió inmediatamente y entornó la puerta, entonces me dijo que mejor que fuera otro día. Yo le di su peluche rosa para que se lo diera a mi madre. Ddespués de eso me di media vuelta y me fui a casa.

Al día siguiente fui otra vez a visitarla, me negaba a que por culpa de ese tal Emilio no pudiera hablar con ella. En el fondo sabía que él no tenía la culpa, pero igualmente estaba así con él. Fui a la residencia en bicicleta, como todos los días y al llegar fui corriendo hasta la habitación de mi madre. Esta vez estaba sola, despierta, tumbada en la cama, agarrada al peluche rosa que le di a Emilio. Entré con cuidado por no asustarla como la última vez, me senté en la mecedora de flores que está al lado de la cama. 

– Hola, ¿sabes quién soy?

– ¿Qué haces aquí? –  dijo sin responderme.

– Vengo para estar contigo, pero… ¿sabes quién soy?

Se quedó callada, y poco a poco vi cómo le empezaban a temblar las manos, cada vez más. Le puse mi mano sobre la suya para ver si se calmaba y ella me la agarró y empezó a apretarme hasta tel punto de hacerme un poco de daño. Entonces me soltó y dijo “eres mi hija”. Yo le saqué una sonrisa y ella me la devolvió.

Estaba claro que no estaba bien porque, aunque se hubiera acordado de mí, le había costado un rato. Seguro que dentro de unas semanas ya no se acordaría.

18/10/2023: Unos días después de que mi madre se fuese de casa me fui a vivir con mi tío, tenía una casa enorme de tres pisos, con jardín y piscina.

A mí me dejaron dormir en la habitación de invitados, que era por lo menos tres veces más grande que mi habitación. Por las mañanas siempre estaba sola, porque mi tío y su novia trabajaban y su hijo iba a la guardería. Yo todavía no iba al colegio; me estaban intentando matricular en uno, pero estaba resultando complicado, dado que al ser a mitad de curso casi todas las plazas estaban ocupadas.

Ese día me levanté a las diez y media, bajé las escaleras y desayuné. Justo después escuché el timbre. Salí a abrir la puerta y vi a un señor vestido de negro y con un periódico en la mano.

– Buenos días, ¿lo quiere?

– ¡Claro! – dije mientras lo recogía.

Vi cómo se alejaba poco a poco calle abajo, y me di cuenta de que solo me había dado a mí el correo. No le di mucha importancia. También pensé que ese señor me sonaba muchísimo, intentaba recordar de qué, pero ni idea. Le dije que sí al periódico porque de estar tanto tiempo sola me tendría que entretener con algo. Me senté en el sofá y empecé a leerlo: «El próximo sábado veinte de octubre se iniciarán las pruebas en el laboratorio de Barcelona para viajar al futuro. De momento se ha experimentado con animales porque no hay ninguna persona dispuesta a asumir tal riesgo».

Al día siguiente por la tarde me acerqué a ver a mi madre. Esta vez su puerta estaba cerrada. Notaba como si alguien caminara a mis espaldas y apoyara su mano sobre mi hombro. Me giré y en lo que primero me fijé fue en que era un hombre, bastante delgado y alto, con un cabello corto y moreno. Tenía los ojos azules y los labios finos y alargados, las mejillas sonrojadas y cubiertas por muchas pequitas. Me sacaría unos veinte años e iba con el uniforme de la residencia, una camiseta azul clara con botones blancos y unos vaqueros negros hasta los tobillos. Era el mismo que me había dado el periódico. A lo mejor no fue casualidad que me diera esa noticia, y por eso solo me lo repartió a mí. De hecho, recordé que también era la misma persona que estaba el otro día en la habitación de mi madre cuando la fui a visitar. Miré la chapa para comprobarlo y, efectivamente, ponía “Emilio”. 

– Perdón, ¿te he asustado?

– No –  le dije mintiéndole –.  ¿Qué pasa?

– No pasa nada, solamente que tu madre está hoy muy cansada. Es mejor que vengas otro día.

– Vale, pero, no te vayas todavía, ¿ayer fuiste tú el que me repartiste el periódico? – le pregunté.

–  Claro, ¿por qué lo preguntas?

–  Pues porque tú trabajas aquí, y, además, de toda la calle solo me lo repartiste a mí. Y porque sé que no me repartiste esa noticia por casualidad – le dije perdiendo los nervios. 

–  ¿Y qué vas a hacer?

–  Pues ir al futuro te aseguro que no.

– Te lo repartí porque pensaba acompañarte yo – dijo mientras yo flipaba –. Y en el futuro podríamos conseguir la cura para tu madre.

–  ¿Y cómo sé que puedo confiar en ti?

–  Mira, si quieres que viajemos en el tiempo ven aquí mañana a las ocho – me dijo muy seguro.

Y así fue, al día siguiente nos encontramos a las ocho, cogimos un taxi y fuimos en dirección al laboratorio. Por el camino no sabía si arrepentirme de lo que estaba haciendo, porque, por una parte, al volver podríamos volver a ser una familia, pero, por otra, no sabía si confiar en Emilio. Permanecí callada, mirando por la ventana, y tras cuarenta minutos de trayecto empezó a aparecer un edificio gris y muy alto que, según íbamos avanzando, en vez de dejarlo atrás seguía apareciendo como si fuera interminable. Tras lo que para mí fue un largo rato, llegamos al final del enorme edificio y el taxi aparcó. Emilio le pagó y entramos al laboratorio por una de las cinco puertas de entrada que tenía. 

Al entrar, todas las paredes a mi alrededor eran lisas, sin ningún cuadro ni armario y de color gris claro, al mirar hacia arriba se veía un inmenso trozo para llegar al primer techo; para llegar hasta él tuvimos que recorrer un montón de escalones. Los estuve contando, pero había tantos que perdí la cuenta. Al llegar al segundo piso las paredes estaban con algunos cables y carteles con flechas que indicaban cómo se iba al laboratorio, las seguimos y entramos en él. Allí dentro sí que estaba todo lleno de cables y muchas más cosas que no sabía ni lo que eran, además era una sala pequeñita, cosa que no tenía sentido. Había una mesa grande con muchos ordenadores, y un montón de personas utilizándolos. Había un hombre que nos dio las instrucciones para viajar en el tiempo.

– Esto no es un juego. Lo primero que tendréis que hacer cuando os meta en esta cápsula transparente es pulsar el botón rojo, nunca el azul, ya que ese os mandara al pasado y todavía no sabemos cómo sacaros de allí. Después de pulsar ese botón no pasará ni un segundo y ya estaréis en el futuro. Os damos 12 horas para hacer lo que queráis… ya sé que es poco, pero no nos podemos arriesgar. Cuando hayan pasado las 12 horas tendréis que ir de nuevo a la cápsula y pulsar esta vez el botón azul. Podéis traer cada uno como máximo un objeto lo más pequeño posible, aunque si no lo traéis, mejor. Y ahora, sin perder más tiempo, entrad en la cápsula.

Emilio entró en la cápsula sin pensárselo dos veces, y me tiró del brazo para que yo hiciera igual, pulsamos el botón rojo y salí de la cápsula.

–   ¿Qué haces?

–  El señor dijo que en menos de un segundo estaríamos en el futuro así que deberíamos de estarlo ya – le expliqué.

–   Tienes razón, si no, el científico seguiría aquí.

–    Sí, pero tenemos poco tiempo, así que tenemos que ir al hospital cuanto antes.

Me hizo caso y salimos corriendo del laboratorio, el cualestaba exactamente igual que la última vez, solo que abajo había una foto enmarcada del señor que nos había explicado lo de viajar al futuro. ¿Se habría muerto? No le di mucha importancia, porque teníamos cosas muy importantes que hacer. Al salir del laboratorio veía todo prácticamente igual, solo que la mayoría de los árboles que había enfrente habían desaparecido y el cielo ya no se veía tan azul, el aire tampoco era el mismo, porque yo ya estaba tosiendo. Emilio me agarró del brazo y empezamos a correr en dirección al hospital. Estábamos yendo donde se encontraba el antiguo hospital, porque tampoco habían cambiado tanto las cosas. Y claramente, ahí estaba, así que entramos ya con gotas de sudor por la frente.

–   Perdone – Emilio le tocó con la mano en la espalda a una enfermera que pasaba por la sala de espera –, ¿en qué año estamos?

– Nunca pensé que preguntaría algo así – me dijo a mí al oído antes de que la enfermera respondiera.

–   Estamos en el año 2219 – dijo sin sorprenderle la pregunta.

–   A lo mejor ya había mucha más gente que había viajado en el tiempo – pensé.

–   Gracias – le respondió Emilio mientras yo salía corriendo del hospital.

–  ¡Enseguida vuelvo! – le chillé.

Fui corriendo hasta el prado de flores que había enfrente del hospital. No había cambiado nada. Arranqué una margarita y unas cuantas flores blancas, después fui andando hasta el cementerio, que no quedaba muy lejos. Caminé por el cementerio hasta encontrar la lápida de mi madre, le dejé las flores sobre la tumba y me arrodillé. Le hablé un rato contándole todo lo que había pasado y también le dije que cuando volviera a casa ya no estaría ahí metida y que volveríamos a casa las dos juntas, igual que antes.

Me levanté y corrí de nuevo hacia el hospital. Cuando llegué, Emilio me estaba esperando enfrente de la puerta.

– No te voy a reñir, porque no nos queda ni tiempo para eso – me dijo, parecía bastante enfadado.

Los dos permanecimos callados, entonces la pantalla dio mi nombre; significaba que tenía que entrar en una sala.

– ¿Qué has hecho? – le grité.

– Mientras estabas fuera me puse en cola para entrar. Mira, esto será lo que haremos – acercó su cara a mi oreja y me empezó a susurrar –, entraremos en la sala, y se supone que a ti te duele la garganta y la cabeza y tienes un poco de fiebre. Después de que le digas eso, mientras te hace pruebas para ver que te tiene que dar, yo diré que tengo que ir al baño y buscaré la medicina.

– Pero, tú solo no podrás.

– Si no vamos a la sala, se nos pasará el turno.

– Me da igual.

Me acerqué al pasillo y empecé a caminar más adentro hasta llegar a una sala grande llena de mesas con papeles y un montón de cajones. No había médicos. Emilio me siguió y se puso en la puerta para distraer a los médicos que viniesen y darme más tiempo para encontrarla. Los cajones tenían nombres de enfermedades, así que busqué hasta encontrar la de mi madre. No tardé mucho en encontrarla, abrí el cajón y había un montón de cajas, cogí una y la abrí para asegurarme de que era lo que necesitaba. Dentro de la caja había un bote con un tapón que tenía un líquido dentro, y una especie de vacuna vacía, alrededor había un papel muy grande, que no lo abrí, pero suponía que eran las instrucciones. Cogí dos cajas y fui corriendo a la puerta dónde se encontraba 

– ¡La tengo! –  le dije entusiasmada, había cogido dos cajas.

– Pues vamos, aun nos quedan dos horas, vamos a comer.

Salimos tranquilamente del pasillo sin encontrarnos a ningún médico, y después andamos por la cuidad observando los cambios; en realidad no eran muchos, solamente algunas casas reformadas, incluso la mía. Me paré unos segundos al verla, pero me dio un poco igual, porque en lo único que pensaba era en que cuando volviese a mi casa también volvería mi madre. Nos sentamos en un restaurante que habían reformado y comimos súper bien, ya que desde que llegamos estaba súper hambrienta. 

Después fuimos tranquilamente a la cápsula transparente cuando solamente faltaban treinta minutos para que se cumplieran las 12 horas. Pulsamos el botón azul y otra vez salí justo después de la cápsula, pero esta vez Emilio no dijo nada. Allí estaba el científico, esperándonos. 

–  ¿Qué tal ha ido? – nos preguntó.

–  ¡Genial! – le contestamos Emilio y yo.

Nos llevaron de vuelta a la residencia otra vez en taxi, y cuando llegamos no pude esperar ni un segundo para ir corriendo a la habitación de mi madre. Allí estaba ella, tumbada en su cama, pero despierta. Abrí la caja en su mesita de noche y empecé a leer las instrucciones, no podía dejar que le dieran los médicos la medicina porque no se la darían, y dirían que no se pueden dar cosas que no sean del centro, y por eso lo estaba haciendo yo sola. Puse el líquido dentro de la vacuna y le puse en el brazo solo la proporción que ponía en las instrucciones, y así cada mañana y cada noche durante un mes. Llegué a gastar las dos cajas.

Al final, un mediodía me llamaron y me dijeron que había sucedido un milagro. Tuve que ir en bici a la residencia porque me lo querían decir en persona. ¡Por fin mi madre se había recuperado! Le di las gracias a todos los médicos, aunque el mérito lo tuviéramos Emilio y yo. Y, por supuesto, le di las gracias a Emilio, porque sin él mi madre no se habría recuperado. Aun así, tuve que esperar una semana porque decían que mi madre tenía que reposar.

Cuando pasó esa semana, por fin pude abrazar a mi madre con todas mis fuerzas y, poco a poco, contarle todo lo que había hecho. Ya se acordaba de mí y se acordaba de todo; ya no tenía mala cara, y volvíamos a estar juntas en casa. 

Todo volvía a ser como antes.