LA BIBLIOTECA DE HOUSTON

Por Alicia Belinchón Santos

Llamé al ascensor. En unos segundos llegó y sus puertas se abrieron haciendo un sonido muy molesto, tanto que la gente que había en la biblioteca dirigió la mirada hacia mí. Parecía un ascensor bastante antiguo, y era pequeño, dudé si subir o no. No parecía muy seguro. Ahora toda la biblioteca me miraba, no podía irme sin más aparentando que llamé al ascensor sólo para que el ruido molestara al resto. Además, debía conseguir el libro que quería leer desde hace tanto tiempo. 

Entré en el ascensor y me dio la sensación de que no se usaba desde hace años. Estuve tanto tiempo observándolo por dentro, que las puertas se cerraron antes de que yo pudiera presionar el botón de la planta a la que quería ir. Entonces, me di cuenta de lo pequeño que era realmente y mi claustrofobia se apoderó de mí. Me giré rápidamente hacia la pared donde estaban los botones, pero entonces no sabía si pulsar el de abrir las puertas o el que me llevaba a la planta de abajo. Me bloqueé y no tenía ni idea de qué hacer. El ascensor, sin que yo hiciera nada, comenzó a bajar a gran velocidad. Entonces me puse más nerviosa, y empecé a pulsar el botón que abría las puertas sin parar. Sólo quería salir de ese horrible ascensor.

Llevaba unos meses queriendo leer un libro muy antiguo que vi en Internet sobre arte, pero el último ejemplar se encontraba en una biblioteca de Houston. Gasté la mayor parte de mis ahorros en llegar desde mi pequeño apartamento de Nueva York hasta allí. Mi amiga Bridgette, que vivía allí, me ofreció alojarme en su casa durante el tiempo que necesitase para leerme el libro, ya que lo tendría que devolver a la biblioteca en unos días. Yo acepté encantada, además de que no tendría que pagar la estancia en un hotel, volvería a ver a mi amiga. Hacía casi cuatro años desde que no nos veíamos, y tenía mucha ilusión de volver a hablar con ella en persona y no a través de una pantalla. Por fin tenía la ocasión perfecta para verla de nuevo.

Cuando llegué al aeropuerto de Houston, vi algo que realmente me sorprendió. Bridgette estaba allí, esperando mi llegada. No había cambiado nada desde la última vez que la vi, el día que se mudaba a Houston. Tenía el pelo rubio y liso, y como siempre, lo llevaba recogido en una coleta alta. El característico color verde de sus ojos tampoco había cambiado. Llevaba puesta una sudadera de color azul, su color favorito.

En cuanto me vio, corrió hacia mí y me abrazó con fuerza. Yo le devolví el abrazo. Había olvidado lo que era sentirme tan valorada por alguien.

– ¡Me alegro mucho de verte, Gwen! – exclamó –.  ¿Cómo estás?

– Muy bien. Veo que no has cambiado nada – respondí.

– Veo que tú tampoco. Vamos, te llevo a mi casa – dijo, mientras me ayudaba a llevar mi maleta.

Bridgette me llevó hasta su casa en su coche. Durante el viaje, estuvimos hablando sobre cómo nuestras vidas habían cambiado desde que la distancia nos separó durante esos cuatro años. Cuando llegamos, me enseñó la habitación donde dormiría y deshice mi maleta. Bridgette y yo estuvimos el resto del día paseando por Houston, hasta que llegó la noche y volvimos a su casa a dormir.

Al día siguiente, Bridgette me acompañó hasta la biblioteca de la ciudad, y luego se fue a trabajar. Acordamos que ella vendría a recogerme a las 14:00h, cuando terminara su turno. Mientras ella trabajaba, yo tenía pensado quedarme en la biblioteca e ir leyendo el libro.

Entré en la biblioteca. Esta era enorme y de aspecto muy antiguo, como si hubiera sido construida varios siglos atrás. El suelo era de madera, que crujía cada vez que alguien la pisaba. Había muchas estanterías junto a las paredes, eran altísimas y los libros que contenían estaban perfectamente ordenados. También tenía unas mesas, donde había gente estudiando y leyendo. Una larga alfombra roja con bordados dorados conducía hasta la mesa donde estaba la recepcionista. Me acerqué hacia ella, tratando de caminar silenciosamente para no molestar al resto.

– Buenos días – dije –.  Busco un libro sobre arte escrito en 1940, en Internet vi que se podía encontrar en esta biblioteca.

– Así es – afirmó la recepcionista–.  Está abajo. Baja por el ascensor.

– Vale, gracias – contesté, mientras me giraba para ver dónde se encontraba el ascensor.

Entonces fue cuando me dirigí al ascensor y todo pasó. Estaba muy confundida. ¿A dónde me estaba llevando? Tenía la sensación de que había bajado más lejos de lo que debería. En unos segundos, se abrieron sus puertas, haciendo un sonido molesto de nuevo. Estaba todo muy oscuro, no veía nada. No me sentía nada cómoda en ese sitio. Quería volver arriba, salir a la calle y hacer como si nada hubiera pasado. Pero no podía irme de allí sin el libro que tanto buscaba, por el cual viajé hasta Houston. Intenté iluminar aquel misterioso lugar con la linterna de mi teléfono móvil, cosa que funcionó. Era un pasillo estrecho que parecía infinito, con estanterías repletas de libros desordenados en ambas paredes. El suelo era de una moqueta de color gris, y el techo de hormigón. Olía a humedad y hacía mucho calor.

Me armé de valor y decidí salir del ascensor a buscar el libro. En cuanto di varios pasos sobre la sucia y húmeda moqueta, escuché un golpe muy fuerte detrás de mí. Asustada, me giré y vi que una de las paredes del ascensor se había caído al suelo. Instantáneamente, las otras tres también se cayeron, una tras otra. Entré en pánico y volví corriendo hasta el ascensor, cuyas paredes ahora se encontraban amontonadas en el suelo. ¿Cómo había sido posible que las paredes se cayeran? ¿Cómo volvería a subir a la planta principal de la biblioteca? Me puse en pie sobre una de las paredes y miré hacia arriba para ver el hueco por donde había bajado antes el ascensor y buscar otra manera de salir, pero había desaparecido. Sólo había más techo de hormigón en su lugar. En ese momento me quedé petrificada, tenía un sentimiento de vacío y de desesperación. Traté de asimilar lo que había pasado, pero no pude ya que nada tenía sentido en aquel lugar.

Comencé a buscar información sobre dónde me encontraba en los libros que había en las estanterías, pero todos estaban escritos en un lenguaje que no entendía. Encontré un libro muy pesado de color azul, que contenía unos dibujos que estaba intentando descifrar. Vi uno que me llamó la atención, porque parecía la Vía Láctea. Así que concluí que el resto de los dibujos eran de otras galaxias. Una de ellas estaba rodeada de color rojo. ¿Era esa galaxia donde me encontraba ahora? Porque tenía claro que no estaba en la misma que antes de subir al ascensor. En mi dimensión el hueco del ascensor no hubiera desaparecido.

Volví atrás para comprobar si me había dejado algún detalle. En el inicio del pasillo, donde deberían estar amontonadas las paredes del ascensor, ya no estaban. En su lugar, había una palanca en la pared. En ese momento me di cuenta de que había alguien (o algo) intentando jugar conmigo. Todo esto no parecían casualidades, cada vez que retrocedía había cambiado algo en ese horrible pasillo. Como pensaba que ya no tendría escapatoria de esa dimensión sin sentido, decidí obedecer a lo que sea que estuviera intentando enloquecerme.

– Está bien – dije en voz alta –.  Si quieres jugar conmigo, jugaré.

Entonces, tiré con fuerza de la palanca, y miré a mi alrededor a ver si sucedía algo. Unas lámparas de aspecto antiguo que colgaban del techo por todo el pasillo se encendieron poco a poco. Con la poca iluminación que ofrecía la linterna de mi teléfono móvil, ni siquiera me había dado cuenta de que estaban ahí. O, quizá, cuando llegué ni siquiera existían y acababan de aparecer. En esta dimensión todo era posible.

El pasillo ahora estaba perfectamente iluminado con un tono de luz amarillento, así que apagué la linterna. Al hacerlo, recordé que podía ver mi ubicación en el teléfono móvil. Entré en una aplicación para verla, pero no entendía nada de las coordenadas que decía, eran distintas a la del planeta Tierra. Estaba intentando descubrir más sobre mi ubicación, pero mi teléfono móvil perdió la cobertura. Pero, por lo menos, ya tenía asegurado que no estaba en mi dimensión o planeta habitual debido a las extrañas coordenadas. Minutos más tarde, me arrepentí de no haber usado esos últimos segundos de cobertura para llamar a Bridgette y pedirle ayuda para salir de allí. Eso era mucho más importante que saber en qué dimensión estaba, además, ya había deducido que no estaba en mi galaxia con ayuda del libro que me encontré anteriormente. Me sentí muy mal, pero ya no había nada que pudiera hacer, así que seguí adelante.

Caminé por el pasillo con el objetivo de encontrar una salida, no tenía otra cosa que hacer. De vez en cuando, me sentaba en el suelo a descansar y luego seguía andando. Estoy segura de que hice esto durante varios días, pero aquel horrible pasillo no terminaba. En la última de las veces que me senté en el suelo, no pude evitar dormirme. No quería hacerlo, porque pensaba que podría ocurrir algo sin que me diera cuenta. Pero era la única manera de estar bien para seguir explorando y de evadirme durante un tiempo de toda esa pesadilla.

Cuando desperté, me sentía mucho mejor que antes. Durante un instante, ni siquiera me acordé de que no estaba en la Tierra. Pero, segundos después, recordé todo. Esto me hizo decepcionarme bastante. Por muy absurdo que parezca, tenía esperanza de que al abrir los ojos me volviera a encontrar en la cama de mi pequeño apartamento en Nueva York, en un sábado por la mañana. Echaba de menos incluso mis preocupaciones, como pensar en cuánto dinero debería ahorrar para pagar las facturas de mi nuevo hogar. Cuando por fin estaba alcanzando cierta estabilidad tras independizarme, todo esto pasó, me pregunto por qué. No debí subirme en el ascensor, debería haber confiado en la mala sensación que me producía y salir de ahí.

Había asumido que no podría escapar de esa extraña dimensión, me había rendido. Ya ni siquiera sentía miedo en aquel lugar, estaba acostumbrada al mal olor de la moqueta húmeda y al resplandor molesto de la luz de las lámparas. Me levanté del suelo y seguí caminando como de costumbre, pero ahora sin ningún objetivo en concreto. Todo estaba igual, las mismas estanterías, con los mismos libros desordenados. 

Me terminé aburriendo, así que probé a hacer algo diferente. Lo único que se me ocurrió fue intentar tirar una de las estanterías al suelo, que me costó, pero logré hacerlo. Detrás de ella, que ahora estaba del revés, había un papel y un bolígrafo pegados con cinta adhesiva. Por fin tenía un pasatiempo, podría dibujar algo. 

Dibujé una flor pequeña en una de las esquinas y, en cuanto la dibujé, una flor cayó sobre mi hoja de papel. La cogí cuidadosamente para observarla mejor. Era una flor muy bonita de color blanco, igual a las que crecían en el planeta Tierra. Miré hacia arriba para ver de dónde había caído, pero no había nada más que techo. Entonces, dibujé otra flor e inmediatamente miré hacia arriba para ver como caía, pero no lo hizo. Bajé la mirada pensando que ya no aparecería, pero ya estaba sobre mi papel. Era una flor idéntica a la otra. No iba a perder más tiempo intentando averiguar cómo aparecían mis dibujos, era imposible saberlo. En esta dimensión nada tenía lógica. 

Estuve pensando qué más podría dibujar en esta hoja mágica, hasta que se me ocurrió que podría dibujar el planeta Tierra para volver a casa. Así que le di la vuelta al papel para tener más espacio para dibujar. Dibujé el planeta Tierra lo mejor que pude, y debajo escribí:

“Deseo regresar al lugar de dónde vengo, en el que podré continuar mi vida con total normalidad junto a mi amiga Bridgette y mi familia. Deseo que todos los humanos aprendamos a valorar las pequeñas cosas y ver el lado bueno de todos nuestros problemas”

En un abrir y cerrar de ojos, me encontraba sentada en una de las mesas de la biblioteca de Houston. Parecía que estaba leyendo el libro que tanto buscaba sobre arte, cuando Bridgette entró por la puerta.

– ¡Bridgette! – exclamé, rompiendo el silencio que había, mientras corría hacia ella para darle un abrazo.

– Gwen, recuerda que estamos en una biblioteca – me respondió amablemente, mientras le abrazaba.

Miré hacia atrás, hacia la gente que estaba en las mesas, que ahora me observaba debido a que había gritado. Con un gesto, me disculpé.

– No pasa nada, comprendemos que te haga ilusión ver a tu amiga – dijo una mujer que había en una de las mesas.

Le quería contestar algo, pero no se me ocurrió nada. Así que sólo le sonreí y me volví a girar hacia mi amiga Bridgette.

– Vamos a mi casa a comer, he comprado una pizza – dijo en voz baja Bridgette.

– ¡Vale! – le respondí lo más silenciosamente posible.

Al salir de la biblioteca y pasear por Houston, vi que las personas que también paseaban parecían más alegres. Conforme pasaba el tiempo, me di cuenta de que la gente era mucho más feliz a pesar de tener los mismos problemas, incluida yo. Mi deseo se había hecho realidad. Me alegro de que, de alguna extraña razón, haya podido acabar en esa dimensión, porque había podido hacer de la mía un lugar mejor.