Ha vuelto mi voz

Anónimo

Hola, soy Emma,y por fin he podido comunicarme. Tengo dieciocho años, estoy en mi ciudad, perdida con mis amigos. 

Hace ocho años, cuando estaba con una amiga hablando en el parque de camino a casa, cuando quise responderle, no me salía la voz y me puse muy nerviosa. Desde ese momento supe que tenía un problema. No sabían qué era; después de muchas pruebas, me detectaron el problema tenía un nombre ry era difícil de superar, se llama pánico escénico.

Mis padres estaban muy preocupados, porque ese problema me afectaba en mi vida cotidiana, cada día y en cada situación. Ellos no sabían qué hacer. Durante un tiempo fuimos a sesiones de logopedia, pero no servía de nada; al contrario, cada vez me sentía más y más incomunicada. Luego los médicos les dijeron que lo mejor sería ir a una psicóloga. Durante meses estuvimos en las sesiones con la psicóloga y con mis padres, todos trataban de motivarme para que hablara. Yo los miraba y pensaba que no entendían lo que me pasaba, aquello me parecía ridículo. Era imposible que la voz no saliera y estaba cansada de tener que escribir las respuestas a tantas preguntas en una libreta o en la pantalla del móvil. 

Después de dos años todo seguía igual. Mis padres decidieron que los médicos no me podían ayudar, así que contactaron con unos amigos cuya hija también había tenido un problema de lenguaje. Un día quedamos con ellos y nos encontramos con Elsa y su familia. Nosotras estuvimos juntas todo el rato, mientras nuestros padres hablaban de sus cosas. Elsa, que ya había superado su problema, me estuvo contando cosas de su instituto y sus amigos. Aunque yo solo podía escucharla, por primera vez desde que dejé de hablar me sentí a gusto con otra persona. Ella me hablaba sin hacerme preguntas, sin esperar una respuesta permanentemente. Sentí que ella me podía comprender y me hacía estar tranquila, aunque yo no pudiera decirle nada. Aquella fue la mejor tarde de mi vida. 

Elsa me presentó a sus amigos, ya les había explicado lo que me pasaba. Desde entonces Elsa, Rubén, Nora, Antonella, Celia, Lauray yo fuimos inseparables. Aquel día no sabíamos lo que nos esperaba en el futuro.

Hace una semana, sentados en el parque, mis amigos estaban contando sus historias y yo, como siempre, sin dejar de reírme. Todo era normal, pero de repente oímos una explosión y salieron millones de zombis de la nada. Todos corrimos muy asustamos. Nos escondimos en uno de los grandes contenedores de mercancías que hay cerca del puerto.

Cuando pasaron varias horas, intentamos salir. Vimos que no había nadie en la calle, ya era de día y por eso todos los zombis estaban en las zonas oscuras de la ciudad. Cogí mi teléfono móvil y les dije por el grupo de WhatsApp que teníamos que llamar a nuestros padres para comprobar si seguían bien. Mi amigo Rubénllamó, pero nadie contestaba, todos nos miramos muy fijamente con rostros completamente asustados. Nadie dijo nada. Antonella nos gritó desesperada que teníamos que ir a un sitio seguro para que cuando anocheciera pudiéramos tener las puertas y ventanas bien cerradas. Emprendimos el camino hacia la casa Rubén. Cuando pasaron dos horas, nos estábamos muriendo de hambre, porque ya eran más de la cuatro de la tarde, así que entramos en una pizzería. Primero entramos cuidadosamente por si acaso veíamos algún zombi, pero por suerte allí no había ninguno, no había zonas oscuras dentro del local, así que cogimos cuatro pizzas y nos las comimos a toda prisa. Nos llevamos cuatro pizzas más para cenar y emprendimos el viaje. Cuando llegamos a la casa de Rubén, llamamos al timbre, pero nadie contestó. Tocamos varias veces y no hubo respuesta. Entonces nos asustamos de verdad porque no sabíamos si estaban bien o mal. En realidad, no sabíamos nada de nuestras familias y no habíamos visto a nadie en el camino. 

Después de unos minutos en silencio, Lauradijo:

– Está anocheciendo, tenemos que escondernos. Dentro de unas horas esto estará lleno de zombis, salen a las doce de la noche… lo he leído en revista científica. 

Todos asentimos, y como la casa de Rubén era muy pequeña, seguimos camino a casa de Nora. Pero cada vez teníamos más miedo, empezaba caer la noche. Por el camino vimos varias casas grandes para poder dormir todos. Al final nos decidimos, y elegimos la casa más espaciosa y la que tenía más habitaciones. Primero observamos que en aquella casa tampoco había nadie. Luego, estuvimos casi media hora buscando la llave, pero a ninguno se nos ocurrió que podía estar debajo de la alfombra. De pronto, una bombilla se me encendió, levanté la alfombra y allí estaba. Todos entramos corriendo a la vez. La casa era muy, muy grande. 

Había un comedor enorme y al lado estaba la cocina, tenía también de unas dimensiones que ninguno de nosotros habíamos visto antes. Todo estaba recién pintado, la casa era algo rara. Seguimos buscando las habitaciones. Descubrimos que estábamos en una base militar y además había un gran laboratorio científico para experimentar cómo afectaba la sangre de los zombis a los animales. Todo el laboratorio estaba lleno de probetas y jaulas con ratones grises. Nos quedamos muy impresionados.

Ya eran las ocho de la tarde, nos distribuimos la tarea para ir más rápidos, teníamos que cerrar completamente una de las enormes habitaciones para estar los siete juntos, nos pusimos por parejas: Laura y Celia irían a coger alimentos porque teníamos al lado un Mercadona; Rubén, Elsa y Nora irían a coger madera para reforzar las ventanas y también buscar una ferretería para coger candados con llave para las puertas; por último, Antonella y yo iríamos a coger las herramientas y verificar si todo estaba en orden. Debíamos tener todo preparado para cuando volvieran Elsa y Nora cerrar rápido las ventanas y las puertas.

Como nosotras teníamos que coger las herramientas, tuvimos que recorrer varios pasillos enormes hasta llegar a un garaje; allí estaba todo lo que necesitábamos para colocar las maderas en las ventanas de la habitación que habíamos visto al principio. Después de un rato esperando, llegaron con las diez tablas de madera para todas las ventanas, las traían en carrito de transporte. Y, con dos carros de Mercadona trajeron comida para pasar allí más de una semana. 

Nos pusimos manos a la obra. Lo primero que hicimos entre todos fue sellar todas las ventanas sin dejar ningún hueco. Luego pusimos todos los candados en las puertas y en las ventanas. Dejamos la habitación preparada para encerrarnos allí a las doce de la noche y fuimos a la cocina. Ordenamos toda la comida que habían traído, la nevera estaba llena y guardamos el resto de las cosas en los armarios. 

Decidimos ir todos juntos a coger garrafas de gasolina, para poner en la entrada de la base, para eliminar el rastro de humanos. Según había leído Laura en la revista, así era cómo los zombis no detectaban a las personas. La gasolinera estaba cerca. Llenamos unas veinte garrafas por si acaso… no sabíamos qué podría pasar al día siguiente. 

Cuando fuimos a casa tiramos dos garrafas de gasolina en la entrada. Rápidamente cenamos las pizzas que habíamos cogido en la pizzería y nos encerramos en la habitación. Por fin pudimos descansar; esa segunda noche dormimos profundamente. Nos despertamos muy tarde, la luz no entraba en la habitación y no se oía nada. Poco a poco todos nos levantamos y el miedo se apoderó de nosotros otra vez.

Yo les dije que teníamos que investigar el laboratorio para ver cómo podíamos hacer una cura para transformar a los zombis en personas y llamar a nuestros padres. De repente, todos mis amigos me miraron con cara de sorpresa, yo no sabía que les pasaba. Entonces reaccioné, no me lo podía creer, había pasado. ¡Acababa de hablar en voz alta! Todos nos abrazamos y saltamos de alegría. Desayunamos riendo y hablando todos a la vez. 

Pero la realidad era muy triste, necesitábamos saber cómo estaban nuestras familias. El día se nos pasó entre risas y miedo. Cargamos todos los móviles y fuimos al laboratorio por si encontrábamos alguna información que ayudará a parar la invasión. A las ocho de la tarde, en el laboratorio, encontramos unas muestras en una nevera muy grande que ponía antídoto.  Debía ser la vacuna que devolvía a los zombis a su estado normal. Nos pareció un gran descubrimiento y nos llevamos varios tarros a la nevera de la cocina.

A las nueve de la noche oímos un gruñido muy fuerte y raro. Cuando pasaron unos cinco segundos otro animal rugió y los dos empezaron a pelearse. Entonces salí y vi que eran dos cachorros vivos, pero parecían zombis. Los dos estaban muy delgaduchos y me miraron sin miedo, poco a poco se acercaron a mí. Entonces les grité a mis amigos que trajeran un tarro de antídoto de la nevera y algo de comida blanda. Celia salió con dos pequeños platos en las manos y pusimos el antídoto repartido en la comida. Les dejé los dos platos cerca de ellos y los cachorros se acabaron todo en pocos segundos. 

– Rápido, Celia, trae una jaula del laboratorio –le dije.

Los metimos en la jaula y los dejamos en la habitación para ver qué pasaba durante la noche. Aquella noche nos encerramos otra vez a las doce en la habitación, pero estuvimos despiertos hasta muy tarde. Estábamos observando como dormían los dos cachorros y todos nos quedamos dormidos en el suelo.

Por la mañana, los cachorros eran dos pequeños perros normales, el antídoto funcionaba. Decidimos que yo llamaría a mi padre primero para contarle todo lo que nos había pasado. Marqué el contacto del teléfono y dije, después de ocho años sin poder hablarle:

– Hola, papá, soy yo. Estamos bien. Y sabemos cómo arreglar esto.